Artículo publicado hoy, 10/01/2009, en el diario La Provincia/DLP



                                     DE TODO UN POCO

Donina Romero                     

                            EL  MANDO  A  DISTANCIA

         Qué mundo éste. Así como la aguja se inventó antes de que naciera Napoleón, el mando a distancia nació hace bien poco pero se ha hecho tan imprescindible como la aguja y manejarlo es tan fácil como la misma o como perforar la tetina de un biberón. Y no cabe duda de que con el dichoso mandito nos hemos hecho más perezosos si cabe, pues  antes de que apareciera nos jugábamos al “tin marín de dos pingüé” y hasta csi con enojos quién de los miembros de la familia se levantaba para cambiar de canal apretando botoncitos, quedándonos muchas de las veces con una bazofia de película por no hacer tal esfuerzo, sobre todo cuando quedábamos abollados de tanto comer.  Así es que aparecido el mando a distancia todo fueron yupis,  bravos y hurras porque no es lo mismo patín que patán, y tal instrumento nos trajo la paz familiar como si de un seguro contra atracos y averías caseras se tratara.

         Pero hete aquí que el mandito de marras y de nuestros amores, se fue convirtiendo en una pieza deseada por todos hasta el punto de querer hacernos con él de un modo más desesperante que un fontanero incumplidor. El cuarto de estar se convirtió en un almacén de quejas por obtenerlo el primero, y a pesar de que sabíamos que el planeta Tierra alberga al hombre desde hace cuarenta y siete millones de años, no entendíamos (después de haber logrado llegar a la luna, que Fleming descubriera la mágica penicilina, que se inventara el avión y el barco, que el cloroformo haya sido como la tranquilidad de una escalera de emergencias, que la mujer sea autónoma, y un largo etcétera) que no supiera dar serenatas o exterminar mosquitos, pulgas y cucarachas, y que además discutiéramos por un chisme de plástico barato que no significa gran cosa. Y añado yo, “pero que ha seducido al planeta entero”.

         De hecho, una buena amiga mía se dedicó a quemar incienso con olor a lavanda todas las noches en el cuarto de la tele, con la intención y la esperanza de que tal aroma trajera la calma y el equilibrio a su familia, que ya se volvía la cara (viraba el hocico) por culpa del mando a distancia y se acorazaba en el enfado como una puerta blindada con doce pestillos (fechillos), porque es que  el que tiene el mando a distancia en sus manos está tan feliz de tal posesión que absorto se come el bocata de mortadela con apetito delante del televisor aunque el embutido esté caducado y le sepa a gasolina de mechero.  Mi amiga, la del incienso con olor a lavanda, que es de las que se enrolla hablando como Fidel Castro, me dice que como a su marido e hijos les quiere hablar de lo suyo, del cursillo de flores secas y las figuritas de escayola pintadas, o sea, de sus cosas, y no le hacen caso porque andan controlando el mando, ella (que no disfruta con ese cacharro sino poniendo una alfombra persa a los pies del fregadero de la cocina o llenando la vitrina de tazas colgando de soportes), afectada en el alma por tal desconsideración y cruzando la línea de la buena educación, los ha mandado a todos con el pensamiento al carajo (taco canario y cubano), y ya sin protestar (rezongar) (mientras la tribu anda manejando el mando y ella, solita en su cuarto, se atiborra (empaja) de chocolate negro con almendras) se graba todas las noches en la radio-cassette sus ansiedades, alegrías y disgustos de la jornada y luego se escucha serenamente (el alma quieta), sintiéndose tan desahogada con su confesión y tan heroína de sus jornadas diarias como si ella sola hubiera ganado una guerra. Y lo creo, porque el desahogo conforta como un baño de sol al aire libre, y ésa es una buena manera de soltar las amarras y despacharse a gusto, porque digo yo que siempre será mejor grabarnos en una radio-cassette comiendo chocolate, que caer en las redes de ese chisme al que sólo hace falta beatificarlo. Ay, señor, qué cosas…

 

 


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