Artículo publicado hoy, 17/03/2009, en el diario La Provincia/DLP

DE TODO UN POCO

Donina Romero

VIRAR EL “JOCICO”

Andaba servidora de ustedes en una mercería a la espera de que me tocara mi turno, cuando entraron dos señoras de buena presencia (finas) que parecían no querer fomentar el aburrimiento ya que, a cual de las dos más habladora, se quitaban la palabra con una ansiedad viajera por la sangre intentando criticar, inmisericordes y sin el menor asomo de pudor, a una tercera y común amiga a la que con sus diatribas sumergían en el agua como Holanda y que debía de tener las orejas de color higos chumbos colorados (tunos indios). De pronto, en ese chismorreo, a una de ellas una mirada de ira le cruzó el rostro y casi con un gruñido dijo, “ayer la vi y quise pararme para saludarla, pero la muy malcriada me miró y me viró el jocico”. La verdad es que con aquella inesperada salida perdí toda voluntad curiosa (novelera) de continuar escuchándolas, pues la olvidada frase canariona me dejó traspuesta y casi como una burbuja subiendo a la superficie. “Y me viró el jocico”. He de decir que a servidora de ustedes tal expresión (además del melodrama, alta comedia y drama, soy dramaturga especializada en teatro costumbrista y conocedora de mil y una frases, decires, refranes, etcétera, en este terreno) que uso mucho de forma hilarante en mis obras teatrales costumbristas, me sonó aquí a insulto ya que el modo peyorativo y despectivo con que lo dijo no sólo le restó ternura, sino que resultó triste como el deterioro de nuestras fibras de colágeno, pues el tono alcanzaba tintes ofensivos.

La simpática y popular frase canariona en su boca me hizo pensar que calladita hubiera estado mejor, pues olió a pólvora y a huracán de tempestades y no me gustó, ya que según a quién se dirige y cómo se dirige puede o no resultar graciosa. Seguro que la señora criticada no tenía hocico sino rostro e igualmente bello (que son las más censuradas), pero en este caso sonó a disparo de cañón. Las dos señoras, con avispas en la boca e inseparables como el lunes y el martes, continuaban sus críticas con el mismo placer que columpiarse (remarse) y con palabras tan afiladas que podían perforar las piedras, pero aflorándoles la rabia y sin afectarles para nada tales opiniones a sus conciencias, antes al contrario parecían con ello liberarse así de cierta opresión (sabe Dios qué) con resultado satisfactorio, aunque a mí ya me estaba cansando oír el tarareo de la misma canción que me venía pareciendo más feo que una dentadura postiza con dientes exagerados. Recordé en ese momento las hermosas palabras de Lichtenberg, “nada es más beneficioso para la serenidad del alma que no tener ninguna opinión”. Aunque huelga decir que un comentario social, sin ánimo de dañar, no encierra crueldad. Pero no era éste el caso y vamos al cogollo del meollo.

Lo de virarse me gustó más, pues hacía muchísimo tiempo que no lo oía en el ciudadano de a pie y volver a escucharlo no sólo me agradó y me trajo recuerdos sino que, llegado mi turno y resucitando viejas costumbres, le dije a la dependienta y sin asaltarme por un instante la duda, “señorita, ¿y no tiene un encaje que al “virarse” no tenga revés?” A lo que ante mi asombro (pasmada) por partida doble me contestó, “¿y para qué quiere “virarlo”, si siempre lo va a tener “virado” al derecho”? ¡Amargos chochos…! Como para ponerme medallas, porque seguro que la audaz (despachada) empleada pensó que si servidora no era torpe por lo menos tenía la inteligencia justita, aunque la hermosa complicidad canariona del verbo me causó tanta alegría como reducir el colesterol, haciéndome olvidar mi tonta pregunta y salir de allí triunfante como la ganadora de un partido de canasta, mientras ya en la calle me “viraba” a la izquierda, hacia la dirección donde había dejado aparcado mi automóvil (coche). Ay, nuestra limitación humana…

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