Artículo publicado hoy, 23/03/2010, en el diario La Provincia/DLP


                                           DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                  FUMADORES PASIVOS
Más de una vez le escuché decir al presentador de televisión Jesús Hermida, que “lo único que tienes es la vida, enamórate de ella, sé avaro de ella hasta su final”, y estoy con él. La vida, tan hermosa, debemos vivirla sin urgencias ni acrobacias, pero siendo conscientes de que tiene fecha de caducidad porque la muerte, como digo en uno de mis poemas, que siempre está al acecho y está escondida detrás de cualquier puerta, nos puede llegar como un amurco de toro hendido en el costado, cuando menos lo esperemos, o quizá porque los dioses estén distraídos.
“Yalodejaré”, se dicen a sí mismos, atrapados en el vértigo de la seducción del cigarrillo, adquiriendo un argumento fatigado y repetido que seguro se les hace difícilmente digerible, aunque intenten demostrar lo contrario. Creo que entre los empedernidos fumadores existe una connivencia, una conexión, un tierno clima de complicidad en el que defienden casi con efervescencia y en una tromba de palabras y adjetivos, que el auténtico fumador es aquel que cree que el tabaco no es nocivo para él ni para los que le rodean, que no sólo no fuman sino que ni siquiera soportan el olor. El fumador considera que conoce su más profunda realidad, su más arriesgado peligro, y que con la mágica frase del “yalodejaré”, como una invitación a la tranquilidad para ellos mismos y para sus seres más queridos y cercanos, dan motivos para esperar milagros.
Y se me agrupan los corajes porque no sé timonear con la pluma la solución a ese desdén de los fumadores hacia los no fumadores y hacia el peligro del tabaco, y porque no entienden que todos tenemos medido el tiempo de la vida, dependiendo de nuestra suerte y de nuestra capacidad para cuidarnos. Pero parece que dichas personas fumadoras no se dejan impresionar por esta verdad y continúan sumergidos (casi con un talante rebelde) en el placentero, denso y tibio humo del tabaco, como si les resultara fácil desprenderse “cuando ellos quieran” de este absurdo vicio. “El cuerpo es un vehículo y nosotros su mecánico”, dicen por ahí. Y a lo que no hay derecho es a que por culpa de estos fumadores desconsiderados arriesguemos nuestra salud, que tanto trabajito nos cuesta mantenerla en forma. Y considero que una buena regla para ir por la vida es el respeto al prójimo. (La pasada semana, un compañero de mesa en la celebración de unas bodas de oro, no paró de fumar en toda la noche sin ninguna consideración para el resto de los comensales).
Todos sabemos que el tabaco es una lenta pero segura ruta, casi a paso de vals, hacia la enfermedad (a veces con la garganta huérfana de voz, bordada de silencios, y en las comisuras de la boca ni siquiera la sombra de una sonrisa) y la muerte. Pero lo lamentable es que el único culpable de su mal es el propio fumador, que quiere vivir de espaldas a lo irremediable sin tener para sí mismo un punto de misericordia. Y algo les entiendo porque nuestra condición humana está llena de limitaciones y defectos, ¿pero y qué con nosotros, los fumadores pasivos?
Algunos nos castigan injustamente con su vicio en salones, guaguas, restaurantes, oficinas públicas, cafeterías, reuniones privadas… (aunque a Dios gracias ahora está más regulado), porque creen que somos insensibles al humo del tabaco e ignoran, sin respeto, nuestra legítima libertad a no querer tragarnos “sus humos” y a no aceptar su desprecio por la vida de los demás, aunque ellos se estén ganando a pulso con su “yalodejaré” un rápido lugar en el otro mundo.
Por supuesto que ésta es una reflexión voluntaria de la que creo es como construir una casa sobre arena, pero ojalá esto que escribo sea un pequeño mensaje para esos extremos fumadores cuyo humo casi se edifica en el aire, en sus pulmones… y en los nuestros. Qué pena, penita, pena…
 

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