Artículo publicado hoy, 27/01/2009, en el diario La Provincia/DL

DE TODO UN POCO

Donina Romero

LA FAJA

Fajas hay de varios colores y formas, y todas con un único fin: rebajar culete y vientre, cosas ambas que a las mujeres traen de cabeza y que, me imagino, debe producir una profunda alegría quitarse en cuestión de segundos ese terreno de grasas antiestéticas.

Recuerdo que en el Instituto Pérez Galdós, donde estudié felizmente el Bachiller Superior, había una condiscípula en nuestro curso, guapetona ella, morenaza (machorra de buen porte) y un par de años mayor que nosotras, que día tras día nos traía obnubiladas bajándose machaconamente una faja reductora tubular que llevaba bajo el agraciado uniforme, lo cual a esa edad era tan insólito como conducir de noche con gafas de sol. Para las quinceañeras aquello nos parecía un espectáculo y ella la reina de un culebrón, pues además de quitarle barriga y dejarla hecha una sílfide, aquel bamboleo de estirarse y estirarse continuamente la faja hacia abajo, con una necesidad más imperiosa que la sed o el hambre, con el consiguiente ruidito del elástico al caer sobre su muslo, nos parecía que embellecía aún más su cuerpo de mujer hecha y derecha.

La faja la llevaba perpetuamente puesta, ya fuera en clase o en educación física y siempre el ruidito elástico haciendo su andadura en vertical unas veces más sonoro que otras. Cierto pícaro profesor de hermosa cabellera (pelambrera) que observaba sus maniobras del ceñidor, la reclamaba con frecuencia al estrado por observar casi con lujuria y agitación mental aquel juego que lo entregaba a la emoción y a la parálisis progresiva de la palabra, mientras la moza, sabedora de tal debilidad que le gustaba más que un pirulí (pilurín) rebosado de galleta, lo entretenía despistando así su atención sobre las preguntas de las que, por otra parte, ella no tenía ni idea. Curiosa e invariablemente sacaba excelentes calificaciones en esta asignatura, lo que nos dio pie a pensar, alimentadas del descontento, que la faja era la culpable de tal injusticia. Recordando ahora a la malograda y excelente artista Josephine Baker, que decía que “juventud es poder soñar y hacer planes para el futuro”, creo que sin conocer su bello pensamiento en aquel entonces, alguien de nosotras lo quiso poner en práctica pero para un futuro inmediato, así es que, un buen día, otra condiscípula, obesa gamberrilla simpática y amante de la alegría, llegó a clase con otra faja tubular pero quizá muy apretada para su voluminoso trasero. Esperó paciente a que el pícaro docente pidiera levantar la mano a una pregunta suya para nota y, ni corta ni perezosa, la acólita exenta de timidez se llegó al estrado dispuesta a deslizarse la faja como lo hiciera la morenaza coqueta…, pero le salió el tiro por la culata pues en lugar de descenderla en vertical la estiró con tal fuerza rotunda y firme en horizontal que hizo que el famoso ruido fuera como un tremendo latigazo, además del dolor que le causó acompañado de un “¡ay!” que asustó al catedrático causándole tal impresión que la cara de pavor fue todo un poema.

El resto de la historia no la recuerdo, porque ya sabemos que con el tiempo neurona que muere no resucita porque queda deshidratada como pez secado al sol (jarea), pero sí es cierto que cuando escucho algún chasquido extraño como un fustazo provoca inmediatamente mi curiosidad, y como aún no me ha llegado la total desnutrición cerebral, rememoro aquella escena que siempre la he evocado con cierto placer lúdico, pues las vivencias de la adolescencia -abriles sin experiencias- hacían excitante la inquietud del vivir, que siempre debería ser un existir sin bajada de barrera para poder disfrutar de ese semillero interesante de vivencias que aún nos quedan, afortunadamente, por conocer. Que tengan un buen día.

Página consultada 902 veces