Artículo publicado hoy, 27/07/2010, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LÁPIDAS CON DEDICATORIAS
(en tono de humor)
Ayer me comentaba una buena amiga que cuando llegara su hora final deseaba ser incinerada y sus cenizas esparcidas en el mar desde la punta del muelle, porque le horrorizaban los nichos y las lápidas con o sin dedicatorias. Y la entendí.
Y es que aunque para algunos el tema pueda quemar más que una “fondue” de queso, esto de los epitafios tiene mucha miga y da mucho de sí, pues depende de la decisión del muerto o de sus familiares que la lápida tenga o no un toque de humor. Recuerdo que un año, por el Día de los Difuntos, asistí al cementerio de San Lázaro donde leí con asombro en una de sus lápidas, “murió feliz y en paz”. Esto me hizo pensar que en paz seguramente sí que fallecería pero feliz…, ¿quién muere feliz? No creo que haya nadie que quiera dejar este perro mundo.
Alguien me contó (no sé si veraz) que en no sé qué cementerio de la península, vio una losa que rezaba, “era más inofensivo que el agua”. Quizá me dieron una broma, pero digo yo (y respetando el dolor de los deudos) que ya puestos a dedicar lápidas, algunas/os deberían tener el suficiente valor de dedicarles a sus difuntos lo que se merecieron decirles a la cara en vida (olvidando discreción y diplomacia y aligerándose así de la carga de los sentimientos negativos, echándolos fuera para siempre). Por ejemplo, no estaría mal ponerle a más de uno/a cosas como, “siempre fue un aguafiestas”, “no tenía el don de la palabra”, “los excesos son malos”, “no dio un palo al agua”, “creí que era un clavel y resultó ser un ajo”, “tenía un machismo acentuado”, o también, por qué no, “era aburrida como un muerto”, “demasiado sabedor”, “fue agria como el vinagre viejo”,”más que un soplo cardíaco tenía una ventolera”, “se habituó al pesimismo”, “alborotaba sin ningún miramiento”, “era una estrafalaria”,”mucho cuerpo y poca inteligencia”, “fue poco transparente”…, o epitafios más positivos y simpáticos como por ejemplo, “era tan recto que nunca tuvo una multa de tráfico”, “supo hacer un buen uso del cerebro y nos ha dejado económicamente estupendos”, “los más callados suelen ser los más listos”,”hablaba como un libro”,”su aferrada soltería fue testimonio de su independencia”, “valía por lo que callaba”, “nunca se engalló conmigo”, “esta lápida me ha salido muy cara, pero él se la merecía”, “nos queríamos tanto que dormíamos en una almohada sola para los dos”, “se lo dije…”, etcétera.
De este modo haríamos honor a las hermosas palabras del gran poeta Miguel Hernández quien siempre decía que “la vida es una aventura, un regocijo y un desaliento”, o sea de todo. Y además los cementerios serían un refugio dominical agradable donde además de visitar a nuestros muertos, pasaríamos un buen rato leyendo tanta dedicatoria simpática y sincera, porque seguro que a más de una/o le habrá repateado dedicarle suspiros de amor a su muerto/a cuando realmente lo que deseaba era perderlo/a de vista.
Servidora agradecería al cielo, cuando llegue mi hora, tener una muerte rápida e indolora (“Santa Ana, Santa Ana, buena muerte y poca cama”), y hasta sería capaz de pedir a mis familiares que pusieran este epitafio en mi lápida, “murió con menos dificultad de lo que ella esperaba”, quizá para que abandonen el miedo los amigos que me sucedan en ese paso. En fin, que esta manera de dedicar lápidas sería, como diría Mario Pomilio, “la dulce torpeza de la humanidad” pero una manera de no temerle tanto a la muerte. Qué mundo éste… Que tengan un feliz verano, hasta septiembre (D.m.), y que Dios me los bendiga, mis hijitos.
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