Artículo publicado hoy, 28/07/2009, en el diario La Provincia/DLP


                                            DE TODO UN POCO
Donina Romero                   
                                  AY,  AQUELLA  JUVENTUD…
         Si pudiera volver sobre mis pasos me llegaría a aquella juventud que bebía la vida y la vivía como se come ansioso la pulpa de sandía una tarde de julio, como se escancia el vino en la garganta. La aventura de ser joven fue tan bella como un poema, como un cóndor prodigioso…, aunque quizá bebimos de su prisa entregados de manera inconsciente, casi sin darnos cuenta de que al irse renunciaríamos a cualquier esplendor y gemirían los huesos cuando cientos de lunas nos invadieran la piel.

         Todos los modos de decir no me bastan para explicar que creo que los de mi generación fuimos unos privilegiados al nacer y vivir en esta hermosa isla de Gran Canaria donde todo era un prodigio de paz, un reino diferente, aunque enturbiado injustamente para algunas personas por la falta de libertad política o por necesidades perentorias. Pero esa es ya otra historia.  Me acuden a la memoria salpicaduras de ese tiempo que nos dejó un bien indefinido. Recuerdo las tardes plácidas, las verbenas y “guateques” con un remolino de gente maravillosa acariciando las pistas de baile con románticos boleros, valses… y chicos algo atrevidos a quienes teníamos que ponerles frenos (la retranca) mientras nosotras nos doblábamos hacia atrás (como una alcayata) ante los intentos de apretones…

         Por los andamios de mi mente me llegan las imágenes de las bellísimas procesiones de Semana Santa, las novenas, los paseos al atardecer (al solpuesto) por la avenida de la playa de Las Canteras y la Calle Mayor de Triana, charlando con amigas y pretendientes… Quizá sea todo esto una mera visión personal, pero mi amada isla era entonces un huerto sin bulla con la paz extendida en todos los rincones, un lugar soleado para vivir lentamente (al golpito), en un camino ancho sin miedos a nada ni a nadie. ¿Quién no recuerda la puerta principal de nuestra casa enganchada a una aldaba o simplemente entreabierta, y los zaguanes abiertos de par en par de día y de noche? ¿Quién no recuerda la bolsa (talega) con el pan, colgada en la puerta durante horas? ¿Quién no recuerda de niño jugar en las calles al “teje” a la “soga”, a la “piola”, al “cogido”, al “escondite”, al “payoyo”, sin olvidar el “clavo” en la cálida arena de la playa… y ajenos al miedo? ¿Quién no recuerda aquel beso sano y furtivo, del tímido novio, sin efectos libidinosos y lleno de ternura? ¿Quién no recuerda pasear a cualquier hora por nuestra ciudad sin miedo a maleantes? En nuestros latidos sólo había cabida para la familia, el estudio, la amistad, el amor… y a las diez en casa. Nuestra hermosa y querida isla de Gran Canaria era una pompa de jabón que se rompió con el arribo del turismo, la droga, el sexo libre, el libertinaje, los delincuentes (lajas, palanquines), los grandes almacenes, el exagerado consumismo, la televisión, la inmoralidad, la falta de respeto de los jóvenes hacia los mayores…, y que nos ha quebrado los esquemas dejándonos cicatrices en el corazón y un lugar que en nada se parece a la época de nuestra sana juventud. Entiendo que el planeta continúa girando y las costumbres cambian a una velocidad vertiginosa, pero tristemente para que sea todo más peligroso que un bombardeo, y con un susto en el cuerpo como si chocaran la trasera de tu coche contigo al volante, porque ahora vivimos para ser vigilantes de nuestras casas enrejadas por temor a los ladrones, de nuestros bártulos de playa, de nuestro bolso para que no sea robado por un inmisericorde tirón en cualquier esquina y a cualquier hora del día… sin importar la edad de la victima, de nuestro coche rayado vaya usted a saber por quién y por qué…, y tantas y tantas cosas que nos han dejado la sangre descolorida, el miedo enredado en cada rincón de nuestros cuerpos y abrevando ánimos para entender todo esto que nos ha dejado el alma encogida de pena. En fin…, al menos nos queda el recuerdo del ayer, que fue nuestro yo auténtico…, aunque ya no vuelva a nosotros lo que fuimos y aquella nuestra entrañable isla se nos haya desvanecido como el humo.  Ay, aquella juventud perdida…, qué pena, penita, pena… Feliz verano y hasta septiembre, si Dios quiere.
 

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