Artículo publicado hoy en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LA MENOPAUSIA
Ya sabemos que la lozanía de la juventud, con el tiempo, todos acabamos perdiéndola, y que ese apagón llamado menopausia en las mujeres (y que ya ni buscando refuerzos podremos ser madres de nuevo) puede ser tan indiscreto como dedicarse curiosa (novelera) a oír detrás de una puerta. Y me explico. Tengo amigas muy coquetas para quienes la palabra menopausia es una expresión que no existe en su vocabulario porque piensan con el ceño fruncido (regañadas) que, a partir de la última menstruación, algunos habitantes del planeta Tierra (los hombres, claro) se dedican a observarlas casi con periscopio o como en un examen de rayos equis creyéndolas ya seres en declive físico y cerebro reducido. Sin darse cuenta, las despistadas, que también a ellos les llega la “pitopausia” y no andamos el resto de las mujeres utilizando un movimiento táctico para no herir a esos contados caballeros la susceptibilidad del medio cerebro que creemos aún tienen despierto.
La vida es más complicada que ponerle un pantalón a un ciempiés y más dura que la madera de teka y, cómo no, los seres humanos frágiles como una mampara japonesa de papel de arroz. Y quizá por ello es todo un logro para unas y otros llegar a la “meno-pito-pausia”, aguantando estoicamente el peso-paso del tiempo y disfrutando de la vida, que es un regalo día a día.
Servidora de ustedes -que también estoy a ese lado del muro desde hace un tiempo- les puedo asegurar que las mujeres maduras con útero extirpado o con útero seco como la jarea, estamos tan seguras ahora de nosotras y de nuestra estupenda personalidad e inteligencia como enviar el mejor vestido de seda que tenemos a la tintorería de nuestra confianza. Tampoco es que pretendamos festejar este nuevo ciclo de la vida tirando confetis y cohetes (voladores) porque sea un fiestón llegar a mayores, ni tampoco es para celebrar que nos viaje por la sangre un poco la depre debido a la ausencia o emancipación de los hijos, ni que nos alegre que el cuerpo cargado de años nos traiga goteras haciéndonos además más débiles y vulnerables…, pero sí celebrar que aquí y ahora estamos con nuestra sabiduría acumulada a través de los años, que seguimos siendo, como decía el poeta, “aquella semilla que generó el árbol”, que ahora somos dueñas de nuestras palabras y nuestros silencios, y que respiramos los aires de libertad que no tuvimos en nuestra añorada juventud porque la dedicamos a gastar nuestras energías en unos hijos y un hogar (que no era precisamente un lugar de retiro y oración) que hoy son nuestro orgullo y con lo que nos hemos ganado el derecho a ser queridas y respetadas… ¿Le parece poco, “usté”?
Sí, ahora sí que estamos para conmemorar que para los nuestros aún seguimos siendo necesarias como una aspirina en plena gripe y tan imprescindibles como un espejo en un cuarto de baño, que los nietos nos aman con pasión y se agarran a nosotras como sujetos con velcro, que ahora estamos sabiendo y entendiendo que en nuestra plenitud no fuimos seres opacos y que para nuestra familia irradiábamos más luz que un foco halógeno, que hoy nuestra vitalidad está para nota, (no como ayer, desde luego, pero continuamos en la brecha), que aún el flujo sanguíneo de nuestro cerebro y el hipotálamo funcionan muy bien, y la cabeza y el corazón rebosan de sentimientos buenos, pues los años no sólo no se quitan con aguarrás sino que se acumulan en el alma y, todo avante, continúan su rumbo hasta que se nos apague para siempre el generador (corazón).
¿Menopausia? Sí, porque lo conlleva la naturaleza femenina y la vida es una forma de morir despacio, pero con la lección aprendida y llenas de transigencias y amor hacia los demás. ¿El físico? Sabemos que ya no somos “una belleza helénica” y el cuerpo está muy lejos de tener las curvas de un reloj de arena, pero tampoco es preocupante, que al fin y al cabo de nuestros días gloriosos siempre quedará el recuerdo… (lo importante es vivir con salud y sentirnos amados por los nuestros), y en general -si nos cuidamos un poquito- donde hubo siempre queda algo, aunque para nuestra familia seguiremos siendo tan vistosas como una cenefa decorativa. Y no olvidemos, amigas mías, que hay que luchar, luchar siempre por la vida, que ya la muerte es segura. Ay, Señor, Señor…
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