Artículo publicado hoy en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
EL ORDENADOR
Hoy la existencia del ordenador me produce una honda alegría, aunque al principio de conocerlo fue como una descarga en el pecho porque me sentía incapaz de sostener el esfuerzo de aprender, pero pensé que todos los seres humanos nos encontramos alguna vez con dificultades en la vida, y que nada hay eterno bajo el sol. Así es que, como la idea me recorría la cabeza como un largo tren de mercancías, quise poner fin al suplicio embarcándome voluntariamente en una tarea que resultó ser algo así como una lucha entre el toro (el ordenador) y el matador (servidora intentando atravesarle la espada entre los omoplatos). Sólo nos restaba a ambos liarnos a tiros, sobre todo por mi parte que tengo cierta tendencia a mandar. Y en esa lid (guirrea), a pesar de que contra mi voluntad le disparaba sobredosis de cariño, cada dos por tres, consternada, me llevaba la mano al infarto cuando, despistada y con mi personal ineficacia al respecto, me pillaban (trincaban) los atascos al no tocar la tecla correcta borrándoseme todo lo escrito con tanto entusiasmo, con lo cual se sucedía una desesperanza detrás de otra y ansiosa casi esperaba instrucciones por radio, al tiempo que me entraba una reacción de amor-odio ante tal situación.
Llegué incluso a hablarle con ternura, como le hablamos a las plantas, esperando de su parte a cambio un trato de favor, pero aquello empeoró las cosas y a mí ya se me estaba haciendo agua el cerebro y casi veía que el ordenador se burlaba de mis esfuerzos y me hacía muecas (ragañizas). Pero no quise ponerle pasión a la tristeza y el “hasta aquí hemos llegado” surgió con mal sabor de boca y pensando por mi parte en un “dolce far niente”…, pero me hice una llamada de atención, porque siempre he creído que cuando las cosas no están maduras hay que tener paciencia, así es que sabiendo que ya no era una aspirante a adulta, moviéndome al paso de un caracol (raro en mí que soy todo prisa y vehemencia), no conociendo ningún número de defunciones por el aprendizaje, y a pesar de que mientras aprendía con el cerebro blindado no quería ni pensar que algún día me diera por hacerme paracaidista, y menos aún practicando acrobacias aéreas porque el susto me haría perder altitud inmediatamente, pensé que del ordenador (aunque no fuera una cosa que significara la posibilidad de ser feliz) tenía que aprovecharme, porque si no sería como tener una vida a medio uso. Así es que al final superé con éxito el desánimo y la confusión, respirando de nuevo con mi ritmo habitual, a pesar de que para mí todo aquel aprendizaje fue más difícil que el que una piedra flote en el agua, y valorando el esfuerzo del “al fin lo conseguí”, pues ya sabemos que sin cacao no hay chocolate y la práctica hace al maestro. Nunca más cierto aquello de “no hay disciplina sin sacrificio”. Y ya se sabe: si uno se sacrifica consigue todo aquello que desea.
Y es que he de reconocer que esta computadora, que en principio me pareció más complicada que organizar un entierro en nuestra propia casa, despliega su sabiduría de modo increíble (lástima que carezca de lado afectivo) y tiene una extraordinaria capacidad recordatoria que me deja absolutamente asombrada y la alegría no me ha cerrado aún la boca desde que “casi” la domino, cosa que aún no he podido conseguir con mi santo y venerado esposo, alemán donde los haya, aunque no llega a ser panchona revirada. Qué duda cabe que el progreso requiere sacrificio, y aunque cada vez que respirando aceleradamente me sentaba delante del ordenador y exhalaba nostalgia por mi queridísima y muy antigua (más vieja que la raña) máquina de escribir “Olympia”, (a la que me entregué totalmente en mis emociones y con la que pasé tantos años de complicidad), reconozco que hoy el ordenador, que en principio creí que era un ajo, me ha resultado una rosa, ha sido un cambio importante en mi vida literaria, lo tengo en alta estima, me infunde confianza y con el tiempo se me ha vuelto un amigo manso, tiene talento… y espero que algún día sea sentimental. ¡Tiempos!
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