Artículo publicado hoy martes, 02/07/2013, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
ALARMAS, VIGILANTES Y ETCÉTERAS
Ahora que este mundo se ha vuelto loco de remate, que al ser humano le da miedo poseer riquezas porque es indiscutible cómo ha prosperado la delincuencia y lo ajeno pretenden quedárselo los delincuentes, aún a fuerza de irrumpir en los hogares con los propietarios en su interior, atacándoles incluso con armas blancas cargadas de ambiciones, odios y envidias, es evidente que para no estar expuestos a tales peligros, los hogares se han convertido casi en un “bunker” para una absoluta seguridad de la familia: ventanas enrejadas, puertas blindadas, llaves de doble seguridad, fechillos arriba y debajo de las puertas, alarmas, vigilantes de barrio…y un largo etcétera que harían temblar a las generaciones de hace cincuenta años. Y aún así, para otras personas la vida no les parece tan complicada ni los peligros tan grandes, conformándose con muy poquita protección.
Salvador (nombre ficticio pero persona real) es un carpintero del sur con quien a veces tengo largas charlas dado los trabajos que, desde hace muchísimos años, le demando. Oyéndome hablar de lo anterior descrito, mientras él bordaba silencios en su mente sin dejar de pensar, en un momento dado y deseando ahuyentar mis miedos, me dijo con un punto de gracejo que me hizo romper en carcajadas, “pues mire usted, señora, yo, todos esos cachivaches de seguridad los tengo reunidos en uno solo: mi lavadora. Me la compré de segunda mano y cuando “centrefuga”me vigila la casa, porque se “jecha” unas carreras por el pasillo, que “jasta” que no llega a la puerta de la calle no se “apara”, y se queda allí como un guardián y metiendo más ruido que una ametralladora. ¡Oh, como que “jasta” mi gata “ende” que la “joye”que empieza a “centrefugá” se engrifa toda y se esconde debajo de la cama y no deja de maullar “jasta” que la lavadora no se “apara”! Aquel jocoso comentario rompió la barrera de mi mal humor dada su tardanza en entregarme el trabajo, porque al fin y al cabo una desahogada carcajada a veces resulta necesaria para la salud y vale la pena que un rayo de luz entre en la continuidad de nuestras vidas. Salvador no necesitó pretextos para decirme que aún el trabajo no estaba acabado, y lo disculpé porque le agradecí aquella estupenda sacudida de alegría. Faltaría más.
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