Artículo publicado hoy martes, 03/12/2013, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
EL VÉRTIGO DEL LUJO
Dice un refrán que “el que no desperdicia, nada le falta”. Y está claro que hay personas que disfrazan su realidad haciéndose esclavos serviles y compulsivos de unos gastos que les llevan a un desorden en sus vidas, sin intentar buscar la fórmula que las desencadenen de esas necesidades que no son tales y manden a hacer gárgaras las tempestades de gastos absurdos que arremeten contra su bolsillo, y que para nada les libera de tal inestabilidad.
Entiendo que exista cierta magia en esa puerta abierta, en esa invitación a llevar una vida de lujos fuera de tus posibilidades porque, ¿a quién le amarga un dulce? Pero creo que hay que pensar que caer en el pozo oscuro de los excesos es ponerse las vallas muy altas y luego no hay quien se las salte… o se las salta y cae. Pudiendo o no pudiendo económicamente, dejarse atrapar en el vértigo del boato, de la pomposidad, del lujo asiático, es una seducción que las deja sepultadas sin arañarles la conciencia ni tener tiempo para palparse los rincones del alma y así poder entender que existe un mundo ahí afuera devanándose los sesos por encontrar trabajo y con una desesperanza detrás de otra.
Decía Madame de Sevigné que, “la exhibición del lujo externo es una cortina de plomo que esconde complejos y frustraciones marcados inevitablemente por un carácter tímido, antisocial, incomunicativo y con una visión muy reducida, o quizá inexistente, de los auténticos valores humanos”. Y creo que no iba errada la insigne madame. Conozco mujeres y hombres que tienen serrín en la cabeza, inseguridad en su frágil personalidad y además poca cultura, que se respaldan en los desorbitados lujos de las más conocidas marcas y firmas, y cuyos cuerpos (en ellas) son un expositor de joyas, ropa y calzado de cifras disparatadas. Y me pisa el callo que este tipo de personas demuestren que sólo son unas aspirantes a adultas que sueñan con vivir en el fasto de la tienda de un beduino, sin percatarse del daño que infieren con sus ostentaciones a otros seres humanos que ni siquiera tienen el necesario pan de cada día. Supongo y espero que luego sean espléndidas en sus caridades, porque como cristianas, según gastan tienen el deber de dar a quien lo necesita.
Y es que ya lo decía el magistral André Berge, “el “ser” se ha hecho hoy menos importante que el “parecer”. Lo dicho: esclavitud, frivolidad y servidumbre es lo que tienen tales personas en esa mecánica del cerebro que las obliga a hacer el pino filipino con tal de mostrar lo que realmente no son. Y peor aún si son personas pías y de misa diaria, porque entonces apaga y vámonos. Créanme que se siente mejor vivir al otro lado de ese muro. Que tengan un buen día.
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