Artículo publicado hoy martes, 07/04/2015, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
42 AÑOS DEL MÓVIL
Creo que en alguna ocasión he comentado que la vida no es una cuestión de sentarse al piano cada día, o de que la carcajada nos aflore nada más levantarnos, pero sí debería ser una cascada de ilusiones, deseos, estímulos y experiencias porque sin todo ello sería un camino poco plácido, con coronas de espinas, y desde luego no estamos para asignarnos penitencias ni mortificaciones. Así es que hablando de ilusiones, deseos, etcétera, les contaré una anécdota que no tiene desperdicio, celebrando en estos días los cuarenta y dos años de vida de nuestro señor móvil, ese pequeño aparatito que nos ha traído tantas ventajas pero también muchos inconvenientes, porque ha hecho de la humanidad su esclava desde que llegó a nuestras tranquilas vidas con un aspecto distinto al actual, más grande que una chalana y acompañado de una antena gruesa como un macarrón, larga como un espagueti y siempre dirigida al ojo de cualquier ciudadano de a pie, pero resultando para muchos un placer de dioses que el hilo conductor de la palabra corriera generoso por sus oídos paseando por la calle o sentados en un parque. Se imponía otra modalidad telefónica y ésta era realmente además de original, increíble.
Ocurrió que una mañana, un buen amigo mío, encantado con su enorme móvil, charlaba plácidamente sentado en un banco de nuestro parque de San Telmo mientras su conversación se oía a gritos hasta el teatro Pérez Galdós, pues eso de “hablar telefónicamente nada menos que en la calle” era muy “chulo”. A su lado, un jovencito (pipiolillo), bien vestido como un niño bien y con una carita más buena que la miga del pan de Agüimes, lo escuchaba asombrado (asorimbado), pero más aún lo miraba con curiosidad y quizá hasta con desconsuelo. Terminada la charla, el muchacho entabló conversación con mi amigo haciéndole preguntas sobre el manejo del móvil, y mi amigo encantado en explicarle, ufano, lo que para él era una interesante conversación por lo novedosa. Así es que ya ambos metidos en confianza, el chico, con cierto atrevimiento adulador (apopándolo), le pidió si podía cogerlo un momento, y mi buen amigo, imprudente y confiado, eximiéndolo de toda sospecha, se lo entregó generosamente, y el muchacho, en un abrir y cerrar de ojos, cogiéndolo (trincándolo) con usura levó anclas como un buque para salir del puerto apartándose de su lado a todo correr (como perro con bencina), y desapareciendo con el atractivo aparato, mientras dejaba a mi pobre amigo desolado, con la boca abierta e incrédulo ante tal deshonesta como inesperada acción.
Corrió tras él gritándole (esperridos) desesperadamente, pero el delincuente, más joven y ágil, desapareció (escurridizo como un lebrancho) entre nuestras calles, mientras que para mi amigo, a pesar de ponerle pasión a la carrera, le resultó inalcanzable. Y por supuesto, nunca recuperó su querido teléfono. Y es que cuando se rompe la barrera de la prudencia, hay que estar preparados para enfrentarnos a cualquier cosa. Que tengan un buen día.
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