Artículo publicado hoy martes, 09/04/2013, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

LOS SABELOTODO

Conozco a algunos personajes que llegan a las reuniones amistosas abriéndose hueco con salida de pata de banco, y como si no dispusieran de tiempo para perderlo con el grupo aunque ya, metidos en la reunión, impulsivamente pero con el inevitable toque prepotente de su creída sabiduría, dan un punto de vista totalmente diferente y opuesto a las opiniones de algún tema elegido por el resto del clan, quedándose además tan anchos como un ropero de cuatro puertas abierto, como si hubieran dado a todos un buen consejo o como si la camarilla tuviera que aceptar sus refractarios dictámenes con entusiasta asentimiento. Hay que ver. Hace muy poco y estando servidora de ustedes en una terraza muy céntrica en Madrid, en una reunión de buenos amigos, a cual más talentoso, despabilado, perspicaz y lúcido, charlábamos sobre los modismos orales que existen a lo largo y ancho de nuestra piel de toro española. Servidora comenté que cómo era posible que aún en Andalucía, cuando hoy entra la cultura en nuestras casas por medio de la televisión, haya pueblos y ciudades que pronuncian la “ese” como “zeta”, a lo que el prepotente sabelotodo en un afán de absoluto protagonismo se erigió en catedrático de la lengua española, desmintiendo mi opinión con dura aspereza y afirmando que sólo una minoría inculta y barriobajera hablaba así.

        Su reiterada e incrementada punzante virulencia sobre el tema puso en guardia al resto de mis amigos, hasta que con la misma causticidad y zaherimiento uno de ellos, harto de sus tardes intoxicantes y cáusticas, le espetó con firmeza, energía y aceradas palabras casi desafiantes, que no había que ir a Andalucía para comprobarlo pues a un miembro de su familia, también andaluz, la del prepotente (omito sexo y grado de parentesco por respeto) las “zetas” se le escapaban de la boca como una fuga de agua y no por ello lo consideraba barriobajero. Al nocivo y acre tertuliano aquello le sentó como una insolación, yéndose de allí rápidamente, quizá temiendo el riesgo de un infarto. Y es que ya sabemos que quien juega con toros recibe cornadas. Elemental, querido Watson.

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