Artículo publicado hoy martes, 16/07/2013, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

LAS JUGADAS DEL DESTINO

Era una pareja tan unida como el agua con la escayola, siempre amarrados el uno del otro como dos tablas de madera machihembradas, ambos de interesante conversación y él súper enamorado de ella, a quien creía la reina del baile. Hasta que de pronto, y en lo que el gato se arranca un pelo, la parienta la espicha y se va p’a las plataneras, dejando al pariente con un llanto inconsolable y más largo que la travesía de un mes. Al hombre le costó recuperar la lucidez, a pesar de entender que la muerte es el puerto del reposo. Con aquella tristeza, todo lo que le rodeaba lo veía como detrás de un cristal esmerilado y solo le consolaba saber que tenía una póliza de seguro de entierro.

La presión arterial le descendió hasta los dedos de los pies y la potente voz, estrangulada por la pena, se le volvió de pájaro chirringo. Un cartucho de recuerdos y más recuerdos se le venía a la mente una y otra vez, y su físico, antes pollopera, y ahora, por la magua, de babieca, singuango, simplón, flaco como un hilo de pitera, más la apenada mirada, demandaban auxilio por culpa de la nefasta jugada del destino. Pero a los pocos meses del fatal desenlace, su vida tomó un giro favorable que le hizo resucitar con entusiasmo aquellas ganas de vivir prácticamente aniquiladas. Sus lúgubres facciones adquirieron gestos habitados de alegría y el estado de la misma iba en aumento como un motor acelerado, mientras iba cogiendo cada vez más resuello y las ganas de enyesque y conduto no hallaban dificultad.

Para sentirse más fuerte, porque había quedado algo revejido, pilló un resfriado de órdago por bañarse en pleno mes de febrero en la playa, algo que jamás había hecho, pero ni eso frenó la marcha de aquel tren que daba rienda suelta al alborozo. Con la exultación, sus vértebras lumbares dejaron de jeringarle después de tantos años aguantando dolores, y como un pipiolillo, en la embriaguez de la euforia le daba por cantar isas y folías con aquella potencia de voz ya recuperada. Se había enamorado. Sí, se había enamorado de nuevo y poniéndose el mundo por montera tomó la jubilosa decisión de casarse y además hacerlo rápidamente. Fue un disparo certero para todos los que le conocíamos, pero lo entendimos porque, ya se sabe, a veces la memoria puede ser algo débil y efímero. Ay, nuestra limitación humana…

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