Artículo publicado hoy martes, 18/03/2014, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
AMBICIONAR, ¿PARA QUÉ?
Tiene un bello pensamiento el tibetano Dalai Lama que, particularmente para mí, me facilita este paso por la vida y me ha regalado la manera de aligerar la carga sobre las cosas materiales que, queramos o no, llevamos todos los seres humanos. Creo que no hay nada peor en este loco mundo que aparentar lo que no se es o querer poseer lo que sabes que no puedes alcanzar.
No es lo mismo “ambición” que “aspiración” porque son, a mi juicio, dos cosas muy diferentes. La “aspiración” es una ilusión, un soñar, un suspirar por algo que llegará o no pero que no desespera ni hace infeliz al “aspirante”, o si lo queremos ver de otra manera: “una quijotada idealista” que si se realiza conforta tanto como un baño de sol al aire libre. Y huelga decir que si el sentimiento de ilusión viene acompañado por el de la autosuperación, sería lo mejor que podríamos hacer por nosotros mismos.
En cambio “ambicionar” es la apetencia de la codicia que puede llegar a la intriga, a la conspiración, a la avaricia, a la avidez con el exclusivo pensamiento de poseer pasando por encima de cualquier cosa o persona, sin importar dejar cadáveres en el camino. Y aquí, en la ambición, es donde reside la infelicidad del ser humano, que ya lo expresa con toda su sabiduría el Dalai Lama, “la felicidad del hombre está en no desear, en no ambicionar”. Así de simple. Firmemente creo que aligerar la carga de las ambiciones ayuda al espíritu así como al cerebro, porque “ambicionar” es obligar constantemente a la mente a no pensar en otra cosa que no sea obtener lo que con ansiedad se desea, es rebasar todos los límites acechando como un celoso mastín y dándole cuerda larga a un pensamiento perturbador que, aún haciéndolo infeliz, le persigue hasta alcanzar lo que el ambicioso cree su victoria.
Y nada más lejos de la realidad, porque creo que vivir con los motores calentados en un ansia que devora cualquier otro sentimiento, es vivir poseído por una furia que muerde el alma, además de en un estado de agitación que no tiene reposo, que ya lo dice el sabio refrán, “no hay almohada más dura que la que está rellena de ambiciones y envidias, porque no te deja pegar ojo en toda la noche”. A mí me gusta sentir aspiración, soñar por algo, ilusionarme con algo, pero jamás me apuntaría a la ambición, que por otra parte me repugna más que el aceite de hígado de bacalao, porque me agrada vivir esta existencia en paz, y del otro modo estoy segura de que siempre tendría el alma en demanda de auxilio. That is the question.
Página consultada 726 veces