Artículo publicado hoy martes, 19/02/2013, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

MENTIRAS PIADOSAS

Desde luego el alma sólo puede verla Dios y quien miente por costumbre ya tiene su propia cárcel consigo. Entiendo que a veces tenemos necesidad de disimular ciertas vivencias, porque todos los seres humanos nos encontramos con dificultades alguna vez en la vida y no nos apetece contarlo ni cantarlo a los cuatro vientos ya que nadie vendrá a echarnos un cabo y encima lo que tú contaste de diez centímetros, termina siendo en boca de los demás de dos metros y me quedo corta. Pero hay mentiras y mentiras, así que tras este tono divagatorio voy a ir directamente al asunto.

Andaba servidora de ustedes en una cafetería con tres buenas amigas, y a nuestro lado dos parejas charlaban animadamente en un inequívoco tono de humor (de relajo), mientras disfrutaban de unas cervezas y un atractivo picoteo. Una de las señoras estaba aún de muy buen ver aunque se le veía pasada la cincuentena, mientras que la otra, de la misma quinta, con una carita graciosa, era lo menos atractivo en mujer: físicamente pequeñita, sosa de carácter (o al menos eso nos pareció), con la juventud eclipsada y un plus de quilos que asustaban un poco, aunque parecía que no le importaba porque, de apetito abierto, se estaba pasando en la merienda como en el maquillaje. Nosotras, sin quererlo y queriéndolo (noveleras), oímos cómo el marido de “la resultona” le echó un piropo a la misma que la hizo carcajear de alegría, mientras la sosa al oírlo se hundía en el pozo de la tristeza, sumergida en su pena y con la cabeza baja (agachado el morro).

Pero acto seguido el lince del esposo, viendo a su amada de pronto casi sin apetito y acobardada (atorrada), le rodeó los rollizos hombros con su masculino brazo, y como un resorte le soltó con valor (agallas), con aquel vozarrón y agilidad mental, “mi mujer es más dulce que una tableta de chocolate y me gusta más que una panchona guisada, ¿no es verdad, mi chifladura?”, lo que hizo que a la parienta se le llenara el corazón de fuegos artificiales, que aquellos ojos recobraran más luz que una bombilla y que la sonrisa le llegara de la cafetería al antiguo estadio insular. Y es que mentir para hacer el bien es una fórmula que se agradece siempre. Vamos, digo yo.

Sumario: A veces una mentira piadosa puede alumbrar un corazón triste.

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