Artículo publicado hoy martes, 22/01/2013, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

LA COMIDA JAPONESA

A servidora de ustedes, particularmente, me encanta la comida japonesa porque me parece original, atractiva y sobre todo muy sana, aunque no tan apetitosa como la española que muchas veces nos hace caer en el pozo de los excesos. Ya sabemos que el tiempo galopa a una velocidad imprevisible e igual lo que les voy a narrar ocurrió hace muchos años, pero para mí, en el recuerdo, parece que fue ayer. Como en otras tantas ocasiones, mi santo y yo fuimos invitados junto a autoridades y amigos a una exquisita cena ofrecida por el Consulado Japonés, aquí, en la capital, coincidiendo en la mesa que se nos señaló con una pareja que asistía por primera vez al evento. A la hora de servirnos del buffet, la señora cogía de todo con excesiva generosidad, haciendo lo mismo con una crema verde de rabanillo molido fuertemente picante y del que hay que servirse muy poco, pues sólo se utiliza para acompañar algunos alimentos. Al poco de estar todos de nuevo en la mesa, mientras disfrutábamos de aquellas exquisiteces, observo con extrañeza que a la señora, compañera de mesa junto a mí, se le han puesto los ojos de asombro desbocado, como si hubiera visto al fantasma de la ópera, que de un hilo de voz le salen palabras ininteligibles y que una de sus manos abraza su garganta como intentando que por ahí no se le fuera la vida.

El despliegue de los comensales fue el de todos a una, como Fuenteovejuna, mientras en oleada acudimos en su auxilio aunque sin saber qué hacer, pues en breve reflexión creímos que se presentaba una muerte súbita en nuestra hasta ahora estupenda mesa y nos sentíamos impotentes. Con estupor vi que la señora señalaba a mi plato apuntando hacia el picantísimo rabanillo molido. Todo aclarado. Se había tragado de un bocado el gran trozo de rabanillo sin imaginar las nefastas consecuencias. Con agua, vino y no sé cuántas cosas más, contribuimos todos al desatasco de oxígeno en su garganta y a la intención de lubricar sus inflamadas cuerdas vocales. Al fin, su semblante fue adquiriendo un estado calmado que nos dejó a todos con los ánimos más sosegados. Desde ese día, cuando desconozco el sabor de un alimento suelo catarlo antes con la observancia de una puntita en el paladar, no sea que como a la señora del rabanillo en lugar de revivirme el espíritu me anule el órgano olfativo, me congestione crónicamente la garganta y me quede sin el uso de la palabra por los siglos y, ay, qué sería de mí si no hablara, con lo que me gusta. ¿Desde entonces? Vamos, ni que una fuera boba.

Sumario: No conocer las exquisiteces culinarias antes de ingerirlas puede sorprendernos con un disgusto

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