Artículo publicado hoy martes, 25/03/2014, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
CON LA VARA QUE MIDES SERÁS MEDIDO
Hace poco, en un conocido programa de entretenimiento, un señor con el rostro crispado y en un claro estado de nerviosismo que iba en aumento, explícitamente atribuía culpas, con cierta rudeza y contrariado, a un hermano a quien acusaba de despreocupación, abandono e irresponsabilidad hacia la madre de ambos, una anciana de 93 años, frágil como un barquito de papel, con una tremenda osteoporosis que la obligaba a caminar con un taca-taca, pero con una cabeza que aún le funcionaba muy bien. Este hombre hablaba de su consanguíneo más de lo que aconseja la discreción, y así se despachaba a gusto criticándole con la boca más grande que una tinaja.
El presentador hizo pasar al pariente criticado, por cierto éste con la cabeza pelada como una pera al vino y unos quilitos de más, creyendo que le esperaba una agradable sorpresa, pero para su desconcierto se encontró con el iracundo hermano quien, víctima de su enojo, lo llenó de una lluvia de improperios e insultos de lo más variado, acusándolo de callejero y de no mover un dedo por hacerle compañía a su madre, con lo cual toda la responsabilidad y preocupación por ella le caía solamente a él.
El fraterno vapuleado y callado como un higo chumbo (tuno), dejó que la ofensa verbal amainara, y amable como un enfermero que te pregunta de qué lado quieres la inyección, cuando le tocó el turno de intervenir, extrajo de su bolsillo una papeleta de una casa de empeño (o sea, que algo se olía) donde se confirmaba la entrega de una serie de joyas de su progenitora por el hermano colérico que, al ver el resguardo, se desmoronó (desborrifó) como un queso tierno y hasta tartamudeó.
Los dos hermanos, solteros, vivían con la mamá quien, de pronto, decidió intervenir telefónicamente dado el guirigay que se estaba formando en el programa. Pese a su edad, su voz era la de una mujer sólida y enérgica que sin miramientos los describió a los dos rápidamente, aceptando y agradeciendo de corazón los cuidados que el iracundo acusador le dispensaba, pero echándole en cara su frialdad y alejamiento hacia ella, además de sus continuos silencios que hacían que no existiera comunicación alguna entre ellos, mientras que al “tranquilón”, en un alarde de derroche oral, lo llenó de piropos porque, según ella, aunque era muy, muy callejero, cuando regresaba al hogar materno la invadía de besos y carantoñas, de bombones y caramelos, de revistas del corazón, de chistes para hacerla reír, de masajitos en los pies y de charlas comentando todo lo que pasaba con la vida y milagro de los famosos artistas españoles. Así es que, queriéndoles a los dos por igual, se sentía más feliz con el inevitable callejero. “Sobre lo de la casa de empeño -dijo con dureza para terminar-, eso lo arreglaremos los tres en casa. ¡Y a callar los dos, ea!”
Todo aquello provocó en mí un pensamiento conocido y olvidado, “con la vara que mides serás medido”, y no creo que haya frase más acertada para describir tal momento, porque si atribuir culpas por odio no es bueno para la paz del alma, está meridianamente claro que lo que empieza mal, mal acaba. That is the question.
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