Artículo publicado hoy martes, 26/04/2011, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
ME GUSTA LA GENTE CANTARINA
Como dicen que el camino hacia la felicidad suele ser largo, y servidora creo que además una buena regla para ir por la vida es reír y conservar el corazón alegre (porque ambas cosas son una medicina para el alma), me encanta ver y oír por la calle a cualquier ciudadano de a pie silbando, cantando o tarareando una canción, algo que también hago con frecuencia (en mi casa, en mi coche) pero que, tristemente, ya no se suele ver como antes. La vida es complicada como un puzle y entiendo que no es tan fácil salir de los conflictos, porque a veces terminan siendo una mosca cojonera para algunos, pero también creo que no hay que esconderse de ellos como un conejo asustado en su madriguera, sino imbricarse en los mismos pero de otra forma, o sea, respirar a pleno pulmón y pensar que enfrentarse a los problemas ayuda a resolverlos, sobre todo intentando sonreír para uno mismo y cantar y tararear para que las notas musicales esmerilen el alma de tanto dilema.
Por mi barrio y por mi casa pasa con cierta frecuencia «Lito», un indigente que es alegre como un domingo y con más luz en la mirada que una calle con farolas. Llega y en lugar de pedir limosna al borde del llanto, lo hace con canciones de Manolo Escobar o de Julio Iglesias; le hago pasar al porche y le requiero que me cante algo, rogándoselo con la intención de que me transmita su estado de ánimo, y él, optimista y entusiasta, se convierte en un Pavarotti casi festivo y más alegre que un baile de carnavales. Luego se va silbando, porque sabe que las penas con samba son menos penas.
Un día le pregunté si nunca estaba triste, respondiéndome, «¿y qué me va a solucionar la tristeza, señora? Intentar tener alegría es lo mejor que puedo hacer por mí mismo, porque si me tocó esta vida, al menos cantando me resulta más divertida». Y cuánta verdad había en sus palabras, en aquel argumento luminoso que me convenció. No me guardé mi observación y la conté a mis hijos diciéndoles que «si nosotros somos los únicos que podemos decidir el rumbo de nuestras vidas, hagámoslo, pero llevando de equipaje una tonelada de sonrisas y canciones porque así el viaje será más ligero». Que tengan un buen día.
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