Artículo publicado hoy miércoles, 05/11/2014, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LA DIFICULTAD DE HACER AMIGOS
Aunque entiendo que cuando nos vamos haciendo mayores la vida nos mete en un zapato del treinta y seis, con todo lo que conlleva calzar una horma pequeña, siempre digo que los mayores deberíamos ser como los niños, que de pequeños, aunque no sean aún hábiles en el manejo de la palabra, con la anchura de sus corazones ingresan en el mundo de la amistad no sólo sin ponerle frenos sino con una auténtica sinceridad. Nosotros, los mayores, no hacemos esto ni lo haremos en un millón de años porque nos resulta más difícil que refilar un falso techo. No vale que te alargues como una ducha extraíble hablando con la persona que te interesa como amigo/a, ni que conectes el piloto automático de los chistes, ni que le invites a uncarajillo para animar el diálogo, ni que le prestes un momento la confianza para hablarte amigablemente, porque si al otro lado el impulso de la amistad se queda hacia ti más parado que el edificio del Ayuntamiento o que un elefante de escayola, lo mejor es darle puerta, ponerle cara de agente secreto y retirarte de su lado con la disculpa de que te ha entrado una jaqueca.
Esta subjetiva reflexión me lleva a recordar lo que sucedió hace una década con una de mis nietas, Carlota, una preciosa niña de siete años, suave como el Mimosín para la ropa, algo etérea y alegre sin llegar a festiva. Era verano y andaba servidora jugando y bañándome en la piscina del Club Náutico con mi retoño, cuando otra niña desconocida para mi nieta y para mí, de su misma edad, guapa y morena como Pocahonta, se le acercó sin ninguna maniobra extraña de acercamiento y en un impulso natural que me pareció maravilloso, para preguntarle así, sin más y sin timidez ni cobardía (atorrarse), “hola, ¿quieres ser mi amiga?”, y a lo que mi nietecilla le respondió afirmativamente, sin atragantarse (añusgarse), con la mejor de sus sonrisas y los ojos llenos de fuegos artificiales.
En un vira y vuelta se fueron (cogieron el tole)las dos a jugar como si se conocieran de toda la vida, y aunque aquella visión me gustó más que un cruasán recién horneado, me quedé sola en el agua haciendo mis aburridos movimientos de mantenimiento pues no practico ninguna disciplina olímpica, mientras Carlota y Pocahonta , dos cominos de estatura que se iban con sus infantiles risas que me sonaron a tintineo de cascabeles, se apresuraban a intercambiarse con entusiasmo sus espectaculares flotadores. Aquellas dos crías con sentimientos de amistad al unísono tiraban del mundo ellas solas y sin buscar fórmulas raras para ser un equipo, sin poner a prueba talento, dinamismo o simpatía, haciéndome pensar cuán diferente sería nuestro hermoso planeta Tierra si los mayores actuásemos con los demás con naturalidad, con verdaderos y nobles sentimientos, si la amistad no tuviera esa visión reducida, si no hiciéramos mil esfuerzos para frenar o exponer mil impulsos, si no viviéramos este presente competitivo con un futuro aún más competitivo, si no abriéramos el historial de nadie ni estuviéramos en guerra con la vida…
Pero parece ser que con los años la mecánica de la compleja materia gris se complica y aquel sector de la misma, maravillosamente infantil, que daba cabida a la perenne alegría, a la ingenuidad, a la espontaneidad, a la felicidad en suma, se deshace como se desborrifa un queso tierno, y ya no nos canta en el cerebro un ruiseñor y ni siquiera la sacarina nos edulcora la realidad porque, a pesar de que con la experiencia de la edad hemos ido adquiriendo sabiduría, ahora nos anida el virus de las ambiciones, el egoísmo, la presunción, la desconfianza, la desconexión de los demás, la cadena perpetua de exigir a los otros lo que casi no podemos dar…, incluso se nos ha modificado el ritmo de la respiración, porque no hay que darle más vueltas a las vueltas: la niñez es la pura y deliciosa inocencia y tan hermosa como creer en el cielo. Lástima que sea tan breve como una pompa de jabón. Que tengan un buen día.
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